A las peonadas se las fusilaba por huelguistas. Querían hacer cumplir un convenio firmado meses antes por el propio militar que ahora las fusilaba. Los huelguistas eran trabajadores de la lana. Exigían cien pesos por mes, que las instrucciones del botiquín estuvieran en castellano y no en inglés, que se les diera un paquete de velas por mes para iluminarse de noche, y otras pequeñeces. El año anterior, el teniente coronel Varela había venido y firmado el primer convenio rural de la Patagonia, aceptando el petitorio de la gente de la tierra. Pero el convenio no fue cumplido en nada por los patrones. Y las peonadas volvieron a dejar el trabajo y a formar emblemáticas columnas exigiendo justicia; columnas que recorrían el interminable horizonte de las tierras frías pobladas de animales de blanca lana. Es aquí donde se produce el derrumbamiento de toda moral, de toda racionalidad, del más mínimo principio de ética. Varela vuelve con su 10 de Caballería y en vez de castigar a los estancieros que no habían cumplido, fusila concienzudamente a las peonadas, por huelguistas. No hay escapatoria, todo huelguista sea gaucho, chilote o anarquista europeo es castigado duramente y luego fusilado. Sin juicio ni acta. Por orden del comandante. Santa Cruz quedará para siempre con montículos llenos de muertos. Las llamadas tumbas masivas. Ahí permanecerán para siempre, en el silencio del desierto y de las cobardías humanas. Nadie hablará. Sólo en voz baja. Ni los salesianos las marcarán con una cruz de palo ni nunca una mano de mujer colocará una flor. Los gauchos vuelven al corazón de la tierra. Esta es tierra de obediencias debidas. De fusilamiento y desaparición. Las ovejas son para los ingleses y para los señores de las sociedades rurales. Y nada más. Ese es el orden establecido. A los cuales jamás una jeta de negro vendrá a imponerles algo. La comunidad británica de Santa Cruz despedirá al comandante con un emocionado "porque eres un buen camarada". Hay lágrimas en esos hombres gordos y colorados. El comandante ha cumplido con las órdenes de la Casa Rosada. ¿O no? Porque ahora vendrá la cosa. El balurdo es demasiado grande. En Buenos Aires se ha seguido fusilamiento por fusilamiento. La oposición pregunta con voz tonante: ¿quién ordenó matar? Los sindicatos ocupan las calles en protesta. Fusilar en la lejanía había sido cosa fácil. Pero ahora, a esta opinión pública informada, ¿qué se le dice? ¿Cómo es esto que en la Argentina no hay pena de muerte, pero para con los peones huelguistas sí, y sin juicio previo? Se va sabiendo que cuando se declaró la segunda huelga, el presidente Yrigoyen estaba en una situación difícil. El gobierno británico le había enviado un conceptuoso mensaje que si no defendía las propiedades de los súbditos de S.M., Londres enviaría dos buques de guerra que estaban en Malvinas al territorio de Santa Cruz para guardar el orden. Y todos saben que Gran Bretaña no deja solos a sus súbditos en ninguna parte del mundo. También Yrigoyen pasaba un mal momento con el partido dividido, con problemas en Mendoza, con huelgas rurales en la pampa bonaerense, etc. Y se estaba a corto plazo de las próximas elecciones presidenciales. El hilo se cortó por lo más delgado. La orden presidencial al comandante Varela fue terminar con las huelgas patagónicas, y para siempre. El comandante cumplió con toda ferocidad el deber encomendado. Total, los muertos habían quedado lejos, y eran nada más que pobres ovejeros, gente de campo, y algunos anarquistas que proclamaban un paraíso futuro sobre la base de la libertad y el antiautoritarismo. La tragedia oculta llegó al Congreso Nacional. Y ahí quedó todo en claro. Los fusilamientos masivos. La actitud criminal de Varela y sus oficiales Anaya, Viñas Ibarra, Campos, Schweitzer.
